Hace la friolera de 15 años que escribí el presente texto. Fue para el fanzine The Vault of Subterfuge (noviembre, 1998) que Carlos Galán editó con ocasión del II Concurso de Fanzines convocado por la IX Semana de Cine Fantástico de San Sebastián, por lo que su distribución se limitó, casi exclusivamente, al ámbito del certamen. Con un tono liviano y sin complicaciones, como correspondía al espíritu de la publicación, repasé la trilogía que Larry Cohen iniciara con ¡Estoy vivo! (It's Alive, 1973), el único, por cierto, de los tres largometrajes de esta saga que fue estrenado en cines españoles (y que en 2008, además, fue objeto de un remake firmado por Josef Rusnak y en cuyo guión colaboró igualmente el propio Cohen). Os dejo con el artículo; tan sólo quisiera rogaros una cierta indulgencia con este texto, pues retroceder tres lustros merma mucho el estilo y la pericia del escritor.
Ahora que nuestros tiernos infantes se arman con fusiles y masacran a sus compañeros de clase, o violan y torturan a la vecinita de al lado por poseer su bicicleta, quizá la trilogía iniciada por el neoyorquino Larry Cohen en 1973 puede parecer un juego de niños... Pero ningún pequeño criminal ha sido tan precoz como el mutante protagonista de esta enloquecida saga: eliminar a tres médicos y cuatro enfermeras, huir por una claraboya y aterrorizar a la ciudad de Los Angeles nada más nacer, no es moco de pavo... Sin embargo, el pequeño monstruo sólo demanda un poco de cariño y algunos kilos de carne humana para ir tirando... Polémicas pretensiones sociológicas, sangre a raudales y un sentido del humor absolutamente marciano son los ingredientes que esgrime Cohen con descaro en su trilogía. Adentrémonos, pues, en los entresijos del exploitation más agresivo, gritando sin sonrojo y a pleno pulmón...
¡ESTOY VIVO!
¡ESTOY VIVO!
El padre de la criatura es nada menos que el citado —y vapuleado— Larry Cohen, uno de los más desprejuiciados realizadores americanos de cine fantástico, capaz de sobrevivir en la voraz jungla hollywoodiense con su firma Larco Productions sin aparentes síntomas de desgaste. Nacido en la ciudad de los rascacielos el 15 de julio de 1941 (aunque otras fuentes sitúan su advenimiento el 20 de abril de 1938), Cohen fue uno de los niños prodigio de la televisión durante los años sesenta, donde, con 17 primaveras, comenzó escribiendo guiones para series entonces de gran éxito y hoy legendarias —Los defensores (The Defenders, 1961-65), Arresto y juicio (Arrest and Trial, 1963-64), Los invasores (The Invaders, 1967-68)—, actividad esta que ha prorrogado en la gran pantalla con obras excelentes —Best Seller (Best Seller, 1987), de John Flynn— o bodrios difícilmente soportables —la saga Maniac Cop o Uncle Sam (1996; vídeo: Muerto el 4 de julio), ambas de William Lustig—. Su vocación, empero, quedó clara tras debutar como realizador en 1972 con Bone, a la que siguieron dos taquilleros blaxploitation —El padrino de Harlem (Black Caesar) y la secuela Hell Up in Harlem, ambos del 73—. Amparado en este éxito, llamó a las puertas de Warner Bros. proponiendo un proyecto demencial: un film sobre un monstruoso bebé asesino. «¡Estoy vivo! no es una película de sangre y tripas», comenta el propio director, «Gira en torno al tormento de una familia, la relación entre un marido y su esposa y lo que les sucede como resultado de tener un bebé mutante».
La Warner accede a financiar el film y hasta la propia esposa del realizador, Janelle Cohen, se involucra en labores de producción. Un primerizo Rick Baker diseña, con singular acierto, el verdoso look del bebé asesino, mientras que el prestigioso Bernard Herrmann, autor de la inmortal partitura de Psicosis (Psycho, 1960), es contratado para componer la banda sonora. El carácter huraño y obsesivo del maestro provoca los primeros incidentes al exigir que la música sea grabada en Inglaterra, nada menos que en el interior de la londinense iglesia de Crippelgate, cuyo órgano había fascinado desde siempre al temperamental compositor.
Pero las cosas comienzan a torcerse de verdad: la Warner minusvalora el rodaje de ¡Estoy vivo! (It's Alive, 1973), mientras se centra cada vez más en otro proyecto al que auguran un más halagüeño futuro, El exorcista (The Exorcist, 1973). En efecto, todos los esfuerzos de la productora son para la película de William Friedkin, y Cohen ha de afrontar recortes presupuestarios y la desidia del estudio. ¡Estoy vivo! se estrena por fin en octubre del 74. Sólo 55 copias son distribuidas por todo EE.UU. y la campaña publicitaria no hace ni la menor mención al carácter terrorífico de la cinta. Al frente del desaguisado se sitúa Leo Greenfield, jefe del departamento de distribución de Warner, que no ha confiado en la rentabilidad del film y relega su exhibición a los maltrechos drive-in, ya en peligro de extinción. Para colmo, los críticos no tienen piedad —el New York Times la despacha como "una suprema idiotez"—. Lo cierto es que ¡Estoy vivo! acusa múltiples defectos y una planificación más bien pobre —desprecio por el raccord, dudosa progresión dramática, esquematismo en el dibujo de personajes, abuso de la visión subjetiva de la criatura, desaliño en el acabado, un guión deficientemente construido—, pero también algunas virtudes que la hacen disfrutable —la excelente actuación de los atribulados padres, John P. Ryan y Sharon Farrell, la atmosférica música de Herrmann, la bizarría del argumento—, alguna secuencia resuelta con fortuna —el nacimiento del monstruo, la muerte del repartidor mientras la leche se tiñe de rojo— y gags efectivos —la policía de Los Angeles apuntando con toda su artillería a un perplejo bebé normal que juega en el jardín—.
Pero las cosas comienzan a torcerse de verdad: la Warner minusvalora el rodaje de ¡Estoy vivo! (It's Alive, 1973), mientras se centra cada vez más en otro proyecto al que auguran un más halagüeño futuro, El exorcista (The Exorcist, 1973). En efecto, todos los esfuerzos de la productora son para la película de William Friedkin, y Cohen ha de afrontar recortes presupuestarios y la desidia del estudio. ¡Estoy vivo! se estrena por fin en octubre del 74. Sólo 55 copias son distribuidas por todo EE.UU. y la campaña publicitaria no hace ni la menor mención al carácter terrorífico de la cinta. Al frente del desaguisado se sitúa Leo Greenfield, jefe del departamento de distribución de Warner, que no ha confiado en la rentabilidad del film y relega su exhibición a los maltrechos drive-in, ya en peligro de extinción. Para colmo, los críticos no tienen piedad —el New York Times la despacha como "una suprema idiotez"—. Lo cierto es que ¡Estoy vivo! acusa múltiples defectos y una planificación más bien pobre —desprecio por el raccord, dudosa progresión dramática, esquematismo en el dibujo de personajes, abuso de la visión subjetiva de la criatura, desaliño en el acabado, un guión deficientemente construido—, pero también algunas virtudes que la hacen disfrutable —la excelente actuación de los atribulados padres, John P. Ryan y Sharon Farrell, la atmosférica música de Herrmann, la bizarría del argumento—, alguna secuencia resuelta con fortuna —el nacimiento del monstruo, la muerte del repartidor mientras la leche se tiñe de rojo— y gags efectivos —la policía de Los Angeles apuntando con toda su artillería a un perplejo bebé normal que juega en el jardín—.
SIGUE VIVO
Tras esta mala experiencia, Cohen dirige —con financiación privada— God Told Me To (1976; vídeo: Demon), para quien esto suscribe su mejor película, y The Secret Files of J. Edgar Hoover (1978; TV: Los archivos privados de Hoover). Mientras tanto, el departamento de distribución de Warner cambia de responsables y Greenfield es sustituido por Terry Semel y Arthur Manson. Cohen aprovecha la circunstancia y se persona en su despacho volviendo a la carga con ¡Estoy vivo!, virtualmente desconocida merced a su fugaz estreno. Convencidos por el tenaz director, Semel y Manson concluyen que el film puede resucitarse sin problemas: así se reinicia una nueva campaña publicitaria —ahora, en los carteles anunciadores, una garra asoma por la cuna de la pequeña bestia— y se facturan 850 copias; el reestreno, en 1977, es triunfal, llegando a ocupar el nº 1 del box-office en América durante dos semanas consecutivas.
A la vista del éxito, Warner le encarga una secuela, que se rueda en Tucson, Arizona. Herrmann había fallecido en 1975, pero su música es usada de nuevo, adaptada por Laurie Johnson (la banda sonora conocería incluso una edición en LP). Demasiado bonito para durar siempre: el rodaje y promoción de Supermán (Superman, 1978, Richard Donner) hacen que el estudio no preste la suficiente atención a It Lives Again (1978; vídeo: Sigue vivo), que de nuevo sufre las carencias de una distribución mediocre y una campaña promocional equivocada. Lo cierto es que It Lives Again resulta inferior a su predecesora y de calidad más bien discutible: los planos enfáticos se suceden sin orden ni concierto en un conjunto carente de rigor narrativo, y en ningún momento se consigue un desarrollo dramático consistente; el reparto, pese a su importancia —John P. Ryan, Frederic Forrest, Andrew Duggan, Eddie Constantine—, se hunde en lo grotesco —ahí están un extravagante Forrest, Kathleen Lloyd, actriz sin el menor carisma, o Ryan, un buen actor entregado al exceso truculento—, sin mencionar los fugaces y forzados primeros planos de la criatura, extraídos directamente de ¡Estoy vivo!. Lo mejor, el argumento: el gobierno realiza un seguimiento a mujeres con embarazos sospechosos, eliminando sistemáticamente a los bebés asesinos durante el parto; una organización paracientífica, liderada por John P. Ryan, intenta por todos los medios salvar a los sanguinarios monstruitos y ofrecerles una existencia plácida en compañía de sus padres biológicos.
La Warner, quién sabe si para compensar a Cohen por su nefasta gestión, le propone escribir y dirigir Yo, el jurado (I, the Jury, 1982), adaptación de la homónima novela de Mickey Spillane, pero tras exceder en 100.000 dólares el presupuesto inicial es despedido al sexto día de rodaje y reemplazado por el mediocre y televisivo Richard T. Heffron. Por fortuna, nuestro hombre se vuelca en la confección de uno de sus más recordados títulos, La serpiente voladora (Q - The Winged Serpent, 1982), imaginativa monster movie a la que sigue, entre otros, el descacharrante In-natural (The Stuff, 1985), acerca de unos yogures orgánicos cuyos ingredientes poseen, literalmente, el cuerpo de sus consumidores.
LA ISLA DE LOS VIVOS
El buen funcionamiento en vídeo de ¡Estoy vivo! y It Lives Again, provoca que el estudio vuelva a ponerse en contacto con el sufrido cineasta, convenciéndole para realizar It's Alive III: Island of the Alive (1986; vídeo: La isla de los vivos) y A Return to Salem's Lot (1986; TV: Regreso a Salem's Lot), financiadas directamente para el mercado videográfico por Warner Home Video, si bien conocerían un previo, pero breve, estreno en salas. Cohen filma la primera durante cuatro semanas de la primavera del 86 en Los Angeles y la isla hawaiana de Kauai. La tercera parte de la saga posee una primera mitad arrolladora, en la que se suceden las secuencias a un ritmo vertiginoso, quizá un tanto caótico pero con indudable gancho. «Después de rodar las dos primeras películas de ¡Estoy vivo! recordé escenas que había querido incluir», comenta Cohen, «Particularmente me gustaba la idea de confinar a las criaturas en una isla, donde crecerían en absoluta soledad, y que en un momento dado regresaran a la civilización».
Por desgracia, las historias que maneja Cohen siempre están por encima de su plasmación en imágenes, acelerada y efectista. Así, tras conseguir una sugestiva mixtura entre cine de horror y de aventuras —ayudado por las localizaciones exóticas y la insólita actuación de un genial Michael Moriarty (impagable su travesía en yate hasta la isla entonando viejas canciones marineras)—, la segunda mitad del metraje —la llegada de los monstruos adultos a la costa californiana y sus posteriores tropelías— se enfanga en el tópico más polvoriento. El humor se acentúa hasta la infantilización, los personajes, banales, se caricaturizan —véase el chulesco amante de Karen Black, víctima ideal de los mutantes—, precipitándose los acontecimientos hacia un previsible y formulario desenlace rodado con evidente desgana (toda la secuencia final en los tejados del motel). Ayuda poco el nada convincente "disfraz" de las criaturas, obra en esta ocasión no de Rick Baker sino de Steve Neill y Mark Williams. Encantadoras, por cierto, pero toscas, las secuencias del bebé mutante rodadas mediante un primitivo stop-motion. Y, como siempre, nombres de peso con sabor a serie B en el reparto: el citado Moriarty, la estupenda Karen Black, el imprevisible Gerrit Graham, el veterano MacDonald Carey, incluida la hija del propio Cohen, Jill Gatsby, encarnando a la mujer que da a luz en un taxi... Una mezcla de lo mejor y lo peor de Cohen fusionado a lo loco en un filme divertido de puro insensato. Concluyendo: un despropósito.
A pesar de todo, la trilogía mutante de Larry Cohen ha superado el paso del tiempo gracias al desparpajo y caradura de sus ingredientes: guiones delirantes y realización dislocada pero entusiasta. Mientras que con su simpatía y encanto personal el cineasta seduce a actores solventes para involucrarles en sus proyectos —Billy Dee Williams, Eric Roberts, Paul Sorvino, David Carradine, Alan Arkin, Broderick Crawford, o las mismísimas Bette Davis, Sylvia Sidney y ¡Tracy Lords!—, a nosotros nos encandilan sus particularísimas obras, aceptando de buen grado las dosis masivas de cachondeo, trascendencia de parvulario, chapucerismo visual y entretenimiento trufado de freaks y conspiraciones. Todo ello para regocijo del niño, monstruoso o no, que llevamos dentro. Angelitos...
Tras esta mala experiencia, Cohen dirige —con financiación privada— God Told Me To (1976; vídeo: Demon), para quien esto suscribe su mejor película, y The Secret Files of J. Edgar Hoover (1978; TV: Los archivos privados de Hoover). Mientras tanto, el departamento de distribución de Warner cambia de responsables y Greenfield es sustituido por Terry Semel y Arthur Manson. Cohen aprovecha la circunstancia y se persona en su despacho volviendo a la carga con ¡Estoy vivo!, virtualmente desconocida merced a su fugaz estreno. Convencidos por el tenaz director, Semel y Manson concluyen que el film puede resucitarse sin problemas: así se reinicia una nueva campaña publicitaria —ahora, en los carteles anunciadores, una garra asoma por la cuna de la pequeña bestia— y se facturan 850 copias; el reestreno, en 1977, es triunfal, llegando a ocupar el nº 1 del box-office en América durante dos semanas consecutivas.
A la vista del éxito, Warner le encarga una secuela, que se rueda en Tucson, Arizona. Herrmann había fallecido en 1975, pero su música es usada de nuevo, adaptada por Laurie Johnson (la banda sonora conocería incluso una edición en LP). Demasiado bonito para durar siempre: el rodaje y promoción de Supermán (Superman, 1978, Richard Donner) hacen que el estudio no preste la suficiente atención a It Lives Again (1978; vídeo: Sigue vivo), que de nuevo sufre las carencias de una distribución mediocre y una campaña promocional equivocada. Lo cierto es que It Lives Again resulta inferior a su predecesora y de calidad más bien discutible: los planos enfáticos se suceden sin orden ni concierto en un conjunto carente de rigor narrativo, y en ningún momento se consigue un desarrollo dramático consistente; el reparto, pese a su importancia —John P. Ryan, Frederic Forrest, Andrew Duggan, Eddie Constantine—, se hunde en lo grotesco —ahí están un extravagante Forrest, Kathleen Lloyd, actriz sin el menor carisma, o Ryan, un buen actor entregado al exceso truculento—, sin mencionar los fugaces y forzados primeros planos de la criatura, extraídos directamente de ¡Estoy vivo!. Lo mejor, el argumento: el gobierno realiza un seguimiento a mujeres con embarazos sospechosos, eliminando sistemáticamente a los bebés asesinos durante el parto; una organización paracientífica, liderada por John P. Ryan, intenta por todos los medios salvar a los sanguinarios monstruitos y ofrecerles una existencia plácida en compañía de sus padres biológicos.
La Warner, quién sabe si para compensar a Cohen por su nefasta gestión, le propone escribir y dirigir Yo, el jurado (I, the Jury, 1982), adaptación de la homónima novela de Mickey Spillane, pero tras exceder en 100.000 dólares el presupuesto inicial es despedido al sexto día de rodaje y reemplazado por el mediocre y televisivo Richard T. Heffron. Por fortuna, nuestro hombre se vuelca en la confección de uno de sus más recordados títulos, La serpiente voladora (Q - The Winged Serpent, 1982), imaginativa monster movie a la que sigue, entre otros, el descacharrante In-natural (The Stuff, 1985), acerca de unos yogures orgánicos cuyos ingredientes poseen, literalmente, el cuerpo de sus consumidores.
LA ISLA DE LOS VIVOS
El buen funcionamiento en vídeo de ¡Estoy vivo! y It Lives Again, provoca que el estudio vuelva a ponerse en contacto con el sufrido cineasta, convenciéndole para realizar It's Alive III: Island of the Alive (1986; vídeo: La isla de los vivos) y A Return to Salem's Lot (1986; TV: Regreso a Salem's Lot), financiadas directamente para el mercado videográfico por Warner Home Video, si bien conocerían un previo, pero breve, estreno en salas. Cohen filma la primera durante cuatro semanas de la primavera del 86 en Los Angeles y la isla hawaiana de Kauai. La tercera parte de la saga posee una primera mitad arrolladora, en la que se suceden las secuencias a un ritmo vertiginoso, quizá un tanto caótico pero con indudable gancho. «Después de rodar las dos primeras películas de ¡Estoy vivo! recordé escenas que había querido incluir», comenta Cohen, «Particularmente me gustaba la idea de confinar a las criaturas en una isla, donde crecerían en absoluta soledad, y que en un momento dado regresaran a la civilización».
Por desgracia, las historias que maneja Cohen siempre están por encima de su plasmación en imágenes, acelerada y efectista. Así, tras conseguir una sugestiva mixtura entre cine de horror y de aventuras —ayudado por las localizaciones exóticas y la insólita actuación de un genial Michael Moriarty (impagable su travesía en yate hasta la isla entonando viejas canciones marineras)—, la segunda mitad del metraje —la llegada de los monstruos adultos a la costa californiana y sus posteriores tropelías— se enfanga en el tópico más polvoriento. El humor se acentúa hasta la infantilización, los personajes, banales, se caricaturizan —véase el chulesco amante de Karen Black, víctima ideal de los mutantes—, precipitándose los acontecimientos hacia un previsible y formulario desenlace rodado con evidente desgana (toda la secuencia final en los tejados del motel). Ayuda poco el nada convincente "disfraz" de las criaturas, obra en esta ocasión no de Rick Baker sino de Steve Neill y Mark Williams. Encantadoras, por cierto, pero toscas, las secuencias del bebé mutante rodadas mediante un primitivo stop-motion. Y, como siempre, nombres de peso con sabor a serie B en el reparto: el citado Moriarty, la estupenda Karen Black, el imprevisible Gerrit Graham, el veterano MacDonald Carey, incluida la hija del propio Cohen, Jill Gatsby, encarnando a la mujer que da a luz en un taxi... Una mezcla de lo mejor y lo peor de Cohen fusionado a lo loco en un filme divertido de puro insensato. Concluyendo: un despropósito.
A pesar de todo, la trilogía mutante de Larry Cohen ha superado el paso del tiempo gracias al desparpajo y caradura de sus ingredientes: guiones delirantes y realización dislocada pero entusiasta. Mientras que con su simpatía y encanto personal el cineasta seduce a actores solventes para involucrarles en sus proyectos —Billy Dee Williams, Eric Roberts, Paul Sorvino, David Carradine, Alan Arkin, Broderick Crawford, o las mismísimas Bette Davis, Sylvia Sidney y ¡Tracy Lords!—, a nosotros nos encandilan sus particularísimas obras, aceptando de buen grado las dosis masivas de cachondeo, trascendencia de parvulario, chapucerismo visual y entretenimiento trufado de freaks y conspiraciones. Todo ello para regocijo del niño, monstruoso o no, que llevamos dentro. Angelitos...
¡ESTOY VIVO! (It’s Alive, 1973)
EE.UU. 91 minutos
D: Larry Cohen. P: Larry Cohen y Janelle Cohen para Larco Productions y Warner Bros. Pictures. G: Larry Cohen. F: Felton Hamilton. M: Bernard Herrmann. Mo: Peter Honess. Dis. prod.: Bob Biggart y Pat Somerset.
CAST: John P. Ryan (Frank Davies), Sharon Farrell (Lenore Davies), James Dixon (Teniente Perkins), William Wellman Jr. (Charley), Shamus Locke (Doctor), Andrew Duggan (Profesor), Guy Stockwell (Bob Clayton), Daniel Holzman (Chris), Michael Ansara (Capitán).
IT LIVES AGAIN (1978)
EE.UU. 91 minutos
D: Larry Cohen. P: Larry Cohen para Larco Productions. G: Larry Cohen. F: Felton Hamilton. M: Bernard Herrmann. Mo: Curt Burch, Louis Friedman y Carol O’Blath.
CAST: Frederic Forrest (Eugene Scott), Kathleen Lloyd (Jody Scott), John P. Ryan (Frank), John Marley (Mallory), Andrew Duggan (Dr. Perry), James Dixon (Teniente Perkins), Eddie Constantine (Dr. Forest), Dennis O’Flaherty (Dr. Peters), Melissa Inger (Valerie), Jill Gatsby (Cindy).
IT’S ALIVE III: ISLAND OF THE ALIVE (1986)
EE.UU. 95 minutos
D: Larry Cohen. P: Paul Stader para Larco Productions. G: Larry Cohen. F: Daniel Pearl. M: Laurie Johnson. Mo: David Kern. Dis. prod.: George Stoll
CAST: Michael Moriarty (Steve Jarvis), Karen Black (Ellen Jarvis), Laurene Landon (Sally), James Dixon (Teniente Perkins), Gerrit Graham (Ralston), MacDonald Carey (Juez Watson), Neal Israel (Dr. Brewster), Art Lund (Dr. Swenson), Ann Dane (Dra. Morrell), William Watson (Cabot).
.CAST: Michael Moriarty (Steve Jarvis), Karen Black (Ellen Jarvis), Laurene Landon (Sally), James Dixon (Teniente Perkins), Gerrit Graham (Ralston), MacDonald Carey (Juez Watson), Neal Israel (Dr. Brewster), Art Lund (Dr. Swenson), Ann Dane (Dra. Morrell), William Watson (Cabot).
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