domingo, 23 de diciembre de 2012

KING KONG (1976)

Este artículo lo escribí a petición de Luis M. Rosales para el nº 7 de su revista Scifiworld (octubre 2008), como parte de un dossier dedicado a King Kong en el 75 aniversario cinematográfico del personaje. Cuestiones de espacio obligaron a recortar mi texto, del cual ofrezco aquí su versión íntegra.

KING KONG (1976)
En la Zona Zero

Superada su etapa ascendente financiando maravillas para grandes cineastas como Fellini, Rossellini, Lattuada o De Sica, el incansable productor Dino De Laurentiis emprendió a finales de los 60 sendas adaptaciones de cómics entonces aplaudidos, Diabolik (Diabolik, 1967, Mario Bava) y Barbarella (Barbarella, 1968, Roger Vadim), buscando sin duda una resonancia universal en la cual las distintas artes populares conviviesen en armonía bajo el sello omnisciente del gran entertainer. Fueron los primeros síntomas de una enfermedad incurable: la megalomanía del Productor Estrella.
No obstante, y pese a relacionarse con creadores de la talla de Sidney Lumet o Ingmar Bergman, cierta fama adversa perseguía al demiurgo: sus rodajes se inflaban hasta alcanzar presupuestos disparatados, difícilmente recuperables en su carrera comercial. De Laurentiis, impasible, comenzaba a invertir en fiascos, cerrando productoras e inaugurando imperios destinados a la quiebra. Muy ocasionalmente, surgía un título de peso respaldado por la crítica y capaz de alimentar la sed de reconocimiento del empresario italiano. Llegamos así a su proyecto más ambicioso de los años 70. Nada menos que retomar un personaje clásico entre los clásicos del cine fantástico mundial: King Kong.
El ciclópeo simio de la Isla de la Calavera había conocido la gloria en manos de Schoedsack y Cooper, pero también la ignominia de servir de inspiración para una pléyade de títulos espurios, incluidos diversos enfrentamientos con Godzilla y otras criaturas del bestiario Toho, hasta alcanzar la vejación absoluta en la cinta erótica Flesh Gordon meets the cosmic cheerleaders (1989, Howard Ziehm) —donde, bajo el nombre de King Dong, orinaba copiosamente desde la cúspide del Empire State Building— o cambiar de sexo en la insensata parábola feminista Queen Kong (1976, Frank Agrama), para más inri coproducción europea.
 
 
UN ENTORNO HOSTIL
De Laurentiis acometía su versión con moderado respeto a la obra maestra original, ya que el guión de Lorenzo Semple Jr., usando como base el escrito en 1933 por James Creelman y Ruth Rose, introducía singulares modificaciones en aras de la espectacularidad: la evocadora localización original en unos años treinta aún golpeados por la Gran Depresión del 29, y que otorgaba un especial poso dramático a los acontecimientos, desaparecía en favor de la ubicación contemporánea. Semple y De Laurentiis pretendían hallar un paralelismo entre el crack bursátil que sacudió los Estados Unidos durante la década de los 30, y la actual situación mundial de crisis petrolífera propiciada en 1973 por los pactos secretos urdidos entre los países árabes, con el rey saudí Faisal y el presidente egipcio Anwar el-Sadat a la cabeza de la conspiración.
La preproducción de la película se había puesto en marcha en 1974, cuando la crisis del petróleo alcanzaba cotas insoportables para Occidente. En los Estados Unidos, entre otras catástrofes la bolsa neoyorquina había perdido en pocas semanas casi cien mil millones de dólares. Aunque el embargo al que los países miembros de la OPEP habían sometido al hemisferio occidental fue levantado en marzo del 74, los efectos dañinos se dejaron sentir a lo largo de toda la década de los 70. En este fatal contexto, De Laurentiis proseguía en su faraónico empeño de crear un film bigger than life. Así, los protagonistas del remake, se internan en el océano a bordo del petrolero fletado por la ficticia Petrox Corporation, en busca de crudo, aunque hayan de cruzar medio mundo hasta la remota Skull Island.
 

WORLD TRADE CENTER
Más problemas oscurecían el horizonte. Los veteranos estudios Universal acababan de pujar por los derechos de adaptación del personaje. De Laurentiis tuvo que sumergirse en una cruenta batalla legal por la posesión de un tesoro que para él tomaba un cariz rigurosamente personal. Durante el proceso, Universal defendió la fidelidad a la obra original, incluida la ubicación temporal en los años 30. Sería un remake respetuoso con la memoria cinéfila, avalado, además, por un estudio de amplia tradición dentro del cine fantástico nacional. Paramount, por su parte, involucrada en la producción junto con el patriarca italiano, argumentaba que su versión renovaría el mito para las nuevas generaciones, mas aportando también lealtad al espíritu original. Sea como fuere, la legendaria productora de Drácula (Dracula, 1931, Tod Browning) y El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931, James Whale) no pudo resistir el embate del carismático empresario. El rey Kong pasaba, por fin, a ser legalmente de su propiedad.
Los empleados del emblemático Empire State Building, durante décadas el edificio más alto de Nueva York, comunicaron felices a De Laurentiis su afán por facilitarle cualquier acceso al rascacielos, y reproducir así la antológica secuencia final del clásico de la RKO. Su gozo en un pozo. El italiano había optado por situar el clímax de la historia nada menos que sobre la azotea de las torres gemelas del World Trade Center, símbolo de la modernidad neoyorquina, inaugurado tan sólo un año antes, en 1973. Las protestas de los agraviados por semejante decisión se dejaron oír por toda la Gran Manzana. A estas alturas, quedaba claro que nada iba a detener a nuestro hombre.
 

CONFIGURANDO EL EQUIPO
La búsqueda de una protagonista femenina a la altura del aura mítica de la añorada Fay Wray, movilizó a todo Hollywood. Se convocó a Barbra Streisand, pero, afortunadamente, se hallaba enfrascada en el rodaje de la comedia ¿Qué diablos pasa aquí? (For Pete’s sake, 1974, Peter Yates). Eso mismo debió preguntarse Bo Derek, recién cumplidos los 18, cuando recibió idéntica propuesta. La jovencita continuó todavía unos años posando como modelo y sonriendo para anuncios de televisión. Britt Ekland, la bella actriz sueca, declinó también la invitación, pues había sido chica Bond y tenía un contrato para filmar con el cotizado Richard Lester una sátira del cine de aventuras. Su carrera se hundiría poco a poco en las simas del direct-to-video. Por fin, una joven modelo de Minnesota, afincada en Nueva York, robó el corazón del encallecido italiano: Jessica Lange.
Convencer a un director no resultó fácil. Mediante su coproductor, Paramount, De Laurentiis contactó con Roman Polanski, el extraño hombrecillo que acababa de firmar para el estudio Chinatown (Chinatown, 1974). El cineasta  no quiso saber nada, absorto como estaba en su siguiente proyecto. El británico Michael Winner pasó palabra, así como el mismísimo Spielberg y el conflictivo Sam Peckinpah, quien tras la áspera Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring me the head of Alfredo García, 1974) no estaba para bromas. El agraciado sería finalmente un inglés, John Guillermin, de profesión sus superproducciones, cofirmante, además, del éxito de la temporada, El coloso en llamas (The towering inferno, 1974).
En este punto, De Laurentiis se enfrentaba al mayor desafío: construir un simio gigante articulado de 10 metros. Y que resultase creíble. Rápidamente contactó con su compatriota Mario Bava, gran cineasta y experimentado artesano de los efectos especiales, quien a su vez le sugirió a Carlo Rambaldi, futuro padre de E.T., que asumió sin complejos el mastodóntico encargo: levantar un gigante de fibra de aluminio, recubierto de material flexible, a su vez tapizado con pelo de equino, y manipulado por veinte operarios mediante diversos mecanismos hidráulicos. Una obra de ingeniería como no se había visto en la meca del cine, valorada en casi 2 millones de dólares, a la que se añadían dos monumentales brazos mecánicos independientes cuya confección llevó casi cinco meses, y un traje completo de antropoide, máscara incluida, que vestiría su autor, el talentoso Rick Baker.
 

APOCALYPSE NOW
El rodaje se prolongó durante ocho meses, desde enero hasta agosto de 1976, estrenándose la película en fechas navideñas. Dos nominaciones al Oscar (mejores fotografía y sonido) no evitaron que las críticas fueran devastadoras. Se hablaba de torpeza en la realización, de haber erradicado la delirante fantasía del original, de interpretaciones grotescas… Y de los 26 millones de dólares de entonces, una fortuna astronómica, malgastados en un remake que no sólo nada aportaba sino que degradaba el mito hasta sus aspectos más obvios. De Laurentiis fue vilipendiado y humillado desde todos los ámbitos. Pero, ajeno a la picota, el productor volvería a la carga con otras dos monster movies, aún más pintorescas y singulares: una bajo los insólitos ropajes del westernEl desafío del búfalo blanco (White buffalo, 1977, J. Lee Thompson)— y la otra aprovechando la estela dejada por el escualo de Spielberg —Orca, la ballena asesina (Orca, 1977, Michael Anderson)—.
Sin embargo, King Kong, pese a su aparatosidad, no escaseaba en momentos sugestivos: la primera aparición de Dwan, en mitad del océano, desvanecida y surgiendo cual Venus de las aguas; la gracia con la que el gran Kong, tras sumergirla en la cristalina cascada, seca a la muchacha soplando delicadamente; y, sobre todo, el magnífico clímax final sobre los rascacielos: el mítico gorila, abrasado con lanzallamas, salta de una torre a otra, y allí es ametrallado sin piedad por la aviación. La intensidad del castigo adquiere una fisicidad dolorosa, ausente por completo en cualquiera de las otras versiones: la sangre brota sin freno de sus heridas y cubre el cuerpo del titán, entre gritos de agonía, para precipitarse, por fin, al vacío, desde lo alto del World Trade Center. El héroe (Jeff Bridges), perdido entre la multitud, sólo puede asistir horrorizado al acoso de los fotógrafos, cuyos flashes se disparan sin piedad sobre el rostro desencajado de la bella. Un desenlace exento de cualquier romanticismo, ciertamente perturbador, capaz de vaticinar, a través del desplome del coloso, cuyo cuerpo ensangrentado e inerte yace al pie de las torres gemelas, una tragedia de índole colectiva que tardaría aún 25 años en adquirir su verdadera y apocalíptica dimensión.

KING KONG (King Kong, 1976)
EE.UU. 134 minutos
D: John Guillermin. P: Dino De Laurentiis. G: Lorenzo Semple Jr. F: Richard H. Kline. M: John Barry. Mo: Ralph E. Winters. Dis. prod.: Mario Chiari y Dale Hennesy.
CAST: Jessica Lange (Dwan), Jeff Bridges (Jack Prescott), Charles Grodin (Fred Wilson), John Randolph (Capitán Ross), Rene Auberjonois (Roy Bagley), Julius Harris (Boan), Jack O'Halloran (Joe Perko), Dennis Fimple (Sunfish), Ed Lauter (Carnahan).

6 comentarios:

  1. Gran articulo Javier. Gracias por compartirlo. Para ser sincero la primera vez que vi esta versión no me gusto nada, con el tiempo volví a revisarla y encontré varios puntos a su favor. Sigo pensando que la original de Cooper y Schoedsack es INSUPERABLE. Siempre nos quedara la "espinita" de como hubiese sido la version que la Universal estuvo preparando con el animador Jim Danforth, en esta estrada de mi blog encontraras mas datos.http://mundomonstruo.blogspot.com.es/2009/01/el-camino-que-recorre-en-muchas.html
    Un abrazo!

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  2. Gracias, David. Me apetecía rescatar el texto completo de este artículo, pues hubo que recortarlo para su publicación en "Scifiworld". Y desde luego que la versión de 1933 del mito continúa destilando magia en cada fotograma (reconozco que me gusta también el remake de Peter Jackson, aunque por otros motivos bien distintos). Visitaré tu blog, David, no lo dudes; y echaré un vistazo a la entrada que me indicas. ¡Un abrazo!

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  3. A mi esta versión si que me gusta bastante.Fue el primer King Kong que vi de crío en un cine de reestreno.Recuerdo que mi hermano y yo salimos de la sala totalmente alucinados.Por cierto,¿que os parece la versión de Peter Jackson?.

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  4. Te entiendo muy bien, Jesús. Es normal que de pequeños, o en la adolescencia, nos impacten determinados estímulos, ya sean películas, series de TV, canciones, libros o tebeos, teniendo en cuenta que ese es un período de formación y de asimilación de conceptos durante el cual aún somos muy vulnerables (para bien y para mal). Por eso se recuerdan con tanto cariño películas que siendo o no maravillosas nos marcan de por vida. A mí me ha ocurrido exactamente lo mismo con una serie de títulos que vi en mi adolescencia: "El fantasma de la ópera" (1962, Terence Fisher), "El coleccionista" (1965, William Wyler) "La mansión de los crímenes" (1970, Peter Duffell), "De repente, la oscuridad" (1970, Robert Fuest)... sin mencionar fenómenos como "La guerra de las galaxias" (1977) o "Supermán" (1978). En fin, qué tiempos... Y en cuanto a la película de Peter Jackson a mí me gusta mucho, en contra del sentir de la mayor parte de la crítica, que le achaca exceso de duración, la osadía de retomar un clásico intocable con prepotencia, la falta de poesía del conjunto... Creo que el "King Kong" de Jackson es una excelente muestra de cine espectáculo, quizá sobredimensionado en algunos momentos (la secuencia en el fondo del abismo con los insectos gigantes, que se alarga con exceso de complacencia), pero muy estimulante y entretenida, y con el logro de mantener durante tres horas un ritmo vivo y de lograr un cierto tono épico que no desfallece en ningún momento. Está claro que la versión de 1933 posee virtudes que provienen de su magia irrepetible, privativas de la absoluta obra maestra que es. Pero el film de Jackson es también una aventura memorable, sin el aura mítica, lógicamente, del clásico de la RKO, pero con suficiente y genuina capacidad de fascinación.

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  5. Muy buen artículo Javier. No es el King Kong que más me atraiga pero si reconozco que gana en los posteriores visionados. El de Jackson también me gusta mucho especialmente la parte final de la película que me resulta magitral. Es excesiva como es habitual en el neozelandés pero muy estimulante también.

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  6. Gracias, Fernando, me alegra que te guste el artículo. No puedo estar más de acuerdo contigo en tus apreciaciones acerca de ambos King Kong. La de Guillermin es una película resuelta con cierta rutinaria solvencia, espectacular pero sin mayor misterio, que se hace no obstante simpática y que vista hoy en día resulta curiosa, más que nada por el tipo de cine aparatoso que representa, cultivado con ganas durante la década de los 70 sobre todo en Estados Unidos. La versión de Jackson es muy superior, excesiva, como bien dices, pero mucho más controlada en cuanto a ritmo que, por ejemplo, sus tres entregas previas del Señor de los Anillos, lo cual hace que el interés no decaiga a pesar de sus tres horas. Se podría hablar largo y tendido de esta magnífica película. Lástima que después Jackson firmase “The Lovely Bones”, con un empacho de misticismo y pretenciosidad que por momentos la hacían insufrible (pese a algunas secuencias logradas). Mira, una película de Jackson que también me gusta mucho es “Agárrame esos fantasmas”, de la que hoy no se acuerda nadie.

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