Il Divo es una extraña película, por momentos magnética, a veces dislocada, en ocasiones brillante, también con instantes indigestos, pero en general fascinante, aunque desigual, de la que escribí el presente artículo para el nº 16 de Revista de Cine (Asociación
Cultural UNED, Soria, 2009), publicación anual que documenta los ciclos y actividades del Cine-Club de la UNED en Soria. Me planteé el texto más como un retrato impresionista que como una crítica convencional de este film inclasificable de Paolo Sorrentino.
IL DIVO
El espectro de Giulio Andreotti
«Guerras
Púnicas aparte, me han acusado de todo lo sucedido en Italia. En el transcurso
de los años, me han honrado con numerosos apodos: el Divino Giulio, la Primera Letra del Alfabeto, el
Jorobado, el Zorro, Moloch, la
Salamandra , el Papa Negro, la Eternidad , el Hombre de
las Tinieblas, Belcebú. Pero nunca me he querellado, por un sencillo motivo:
poseo sentido del humor. Y poseo otra cosa: un gran archivo, ya que no tengo
mucha imaginación. Y cada vez que menciono ese archivo, quien debe callar,
calla. Como por arte de magia».
Con estas palabras, a la vez
irónicas e intrigantes, se presenta el lacónico Giulio Andreotti de Il Divo, perpetua encarnación del poder
político en Italia durante los últimos sesenta años. La singularidad del
personaje, a quien muchos relacionan con la putrefacción institucional de la Democracia Cristiana ,
ha alimentado a la prensa prácticamente desde su primer mandato, a mediados de
los 50, como Ministro del Interior del Gobierno Fanfani. Ahora, a sus noventa
años, convertido en Senador Vitalicio, Andreotti no asiste imperturbable al
estreno de este film que retrata las últimas décadas de su carrera al frente
del ejecutivo italiano: desde el poderoso diario La Repubblica califica con
desdén la película de Paolo Sorrentino como “una gamberrada”; pero al recibir el film, pocos días más tarde, el
Premio del Jurado en el Festival de Cannes, perfilándose Il Divo como uno de los títulos más importantes, y exitosos, del
año, se retracta sin tapujos desde el periódico más influyente del país, el Corriere della
Sera. He aquí el juego político en su máximo esplendor, la
contradictoria diplomacia del experto estadista, la adaptación camaleónica del
gran manipulador, todo ello sazonado con un punto de esperpento, que constituye
uno de los principales ingredientes de este cuarto largometraje firmado por el
napolitano Sorrentino.
Il Divo
planea sobre las actividades de Andreotti
intentando reconstruir los contextos en los que tan fascinante personaje se ha
movido, generalmente en espacios de tinieblas que poca luz arrojan sobre
aquellas acciones que sus detractores han
luchado por adjudicarle: acontecimientos siempre turbios, cuya rúbrica final
entraña la eliminación física del adversario, ya sea agente del orden (el
general Dalla Chiesa), mandatario (Aldo Moro), periodista (Mino Pecorelli) o
banquero (Michele Sindona). La película, de manera inteligente, no incide en la
encuesta policial, ni camina por los senderos del thriller intentando emular el valeroso e incisivo cine político
italiano de los años 70. Sorrentino, por el contrario, tanto o más astuto que
aquellos ilustres compañeros de profesión (Damiano Damiani, Francesco Rosi,
Elio Petri, Giuliano Montaldo), sumerge a su personaje en la pura
fantasmagoría, destacando los detalles absurdos e inquietantes del universo Andreotti.
La táctica revulsiva del cineasta consiste en colocar a su Divino Giulio,
imperturbable, enigmático, inexpresivo, en una sucesión de “ambientes” que van
de lo bullicioso a lo siniestro, en busca de contrastes tan pronto ridículos
como angustiosos —incluso “fellinianos”, como en la escena de la fiesta,
fragmento que homenajea al director de Ocho
y medio (Otto e mezzo, 1963)—:
así, la efigie impertérrita, impasible del veterano político, alcanza, a través
de la caricatura, un paradójico y extraordinario nivel de humanidad,
apareciendo como un ser sufriente, más allá del bien y del mal, vaciado de
cualquier sentimiento a fuerza de experimentar los pecados del Poder: la
corrupción, la ambición desmedida, la hipocresía, la mentira, el crimen. No
obstante prisionero de una condena atroz: la soledad.
Atesora Il Divo secuencias inolvidables, sobre todo en sus deslumbrantes
(también efectistas) primeros minutos: sirva como ejemplo el plácido paseo
nocturno de Andreotti por la desierta Via del Corso romana, escoltado por
silenciosos policías armados hasta los dientes (momento cuya ambientación
musical, la Pavana
op. 50 de Gabriel Fauré, dota de una extraña fuerza, entre melancólica y
fatalista) y parándose un instante, sin alterar el gesto, frente a una pintada
que le acusa de horrendos crímenes de estado.
Acierta así mismo Sorrentino
en la plasmación cruel del círculo más cercano de colaboradores de Andreotti
(incluida la Iglesia ),
a quienes describe como una jauría de bellacos, atentos tan sólo a sus propios,
indescriptibles y obscenos intereses. En medio de este dantesco espectáculo,
Belcebú sufre sus interminables migrañas a la luz de un flexo, cruzando
pasillos en sombras, sentado inmóvil en su escaño mientras a su alrededor la
convulsa Italia representada por sus colegas se enzarza en discusiones eternas.
Desde otro asiento del hemiciclo un parlamentario le susurra admirativo a otro,
señalando al inescrutable Andreotti: «mírale una vez más y aprende cómo enfrentarte al mundo».
La figura de este magnético Papa Negro, que entre sus célebres y agudas frases hizo suyo el silogismo de Talleyrand "El poder desgasta a quien no lo tiene", ya había visitado anteriormente los fotogramas: como actor junto a Alberto Sordi en Il tassinaro (1983, A. Sordi); surgiendo en el año 2000 en un spot publicitario de TV para el exclusivo Diners Club donde reinterpretaba algunas de sus famosas sentencias; como protagonista de un corto de animación, Giulio Andreotti (2000, Mario Verger)... Pero la medida definitiva de su popularidad quizá la ofreció el celebérrimo actor italiano Totò, cabeza de reparto de la comedia Gli onorevoli (1963, Sergio Corbucci), amable parodia de la campaña electoral italiana, durante la cual el candidato monárquico Antonio La Trippa (Totò) afirma confidencialmente a su esposa que votará por «Giulio», pues «no hay rosa sin espinas, ni gobierno sin Andreotti». Magnífica frase que resume con ironía el sentimiento general, entre el sufrimiento y la resignación, del pueblo italiano frente a la inalterable presencia en el poder del Divino Giulio.
IL DIVO (Il Divo: La spettacolare vita di Giulio Andreotti, 2008)
Italia-Francia.
110 minutos
D: Paolo Sorrentino. P: Francesca Cima, Nicola Giuliano,
Andrea Occhipinti, Fabio Conversi y Maurizio Coppolecchia para Indigo Film,
Lucky Red, Parco Film, Babe Film, Studio Canal y Arte France Cinéma. G: Paolo Sorrentino. F: Luca Bigazzi. M: Teho Teardo. Mo: Cristiano
Travaglioli. Dis. prod.: Lino
Fiorito.
CAST: Toni Servillo (Giulio Andreotti), Anna Bonaiuto (Livia Danese), Giulio Bosetti (Eugenio Scalfari), Flavio Bucchi (Franco Evangelisti), Carlo Buccirosso (Paolo Cirino Pomicino), Giorgio Colangeli (Salvo Lima), Alberto Cracco (Don Mario), Piera Degli Esposti (Sra. Enea), Lorenzo Gioielli (Mino Pecorelli), Paolo Graziosi (Aldo Moro).
No hay comentarios:
Publicar un comentario