martes, 29 de enero de 2013

LA CIUDAD VESTIDA DE NEGRO

Acabo de hacerme con este esperadísimo libro que reúne numerosos relatos de "terror urbano", tan pronto escorados hacia la narrativa negra o policial como sumergidos en el horror más o menos sobrenatural. Al parecer, la idea de esta antología surgió en el transcurso del certamen Getafe Negro, como propuesta del editor Javier Ortiz hacia David G. Panadero, promotor de la estupenda revista Prótesis, publicación consagrada al crimen en su modalidad literaria. El resultado es este volumen en el que participan diversos amigos míos y conocidos, que raudo he leído y a continuación comento. El propio Panadero, desde la solapa del libro, se hace eco de las intenciones del proyecto: "Por más que pasen los años, sigo sintiendo un extraño placer ante la emoción del miedo. Y ese placer se incrementa cuando el miedo surge del absurdo de la vida cotidiana, de la vida en la ciudad. Del aquí y del ahora. Estáis a punto de descubrir el terror urbano: veinte disparos a bocajarro que os demuestran que lo inesperado puede surgir a la vuelta de la esquina, desde la tranquilidad de las calles, en la comodidad de los hogares...".


LA CIUDAD VESTIDA DE NEGRO

UN PAR DE REFLEXIONES PREVIAS
Qué emoción tan enorme tener entre las manos una antología de relatos, disciplina narrativa que, de manera especial, me interesa merced a la diversidad de estilos y variedad de propuestas argumentales. Por lo tanto, he acogido con agrado este libro que publica la madrileña Editorial Drakul y coordina David G. Panadero, cuyo título, sugestivo, anticipa excitantes promesas: La ciudad vestida de negro. Ojeo el índice y constato la presencia de buenos escritores, en mixtura generacional que aglutina, back to back, veteranos y jóvenes, en número que asciende a veinte, uno por relato (1). La premisa común, como señala Panadero, es el miedo, el terror, la inquietud que anida en ese entorno prosaico que denominamos "urbano".
Uno de los autores convocados, Esteban Gutiérrez Gómez, en su abierta defensa del relato como pieza insustituible del andamiaje literario, con anterioridad ya había manifestado que «El cuento es un género narrativo mayor, quizá el más complejo en su elaboración a pesar de su aparente sencillez, y que requiere de una excelente precisión técnica para lograr que en el lector surja el efecto deseado. El cuento es corto por definición, y muy intenso. [...] Es el género literario más acorde con el actual mundo, presuroso y alocado. Y lo es por dos motivos. Primero, por su minimalismo intrínseco. Y, segundo, porque en su interior guarda una bomba intelectual» (2). Nada que objetar, al contrario. La fascinación que despliega en el lector este formato se beneficia, en efecto, de la brevedad y la concisión, elementos que potencian la intensidad del resultado en virtud de la pericia del correspondiente autor.
Esa heterogeneidad a la que he aludido, y de la que pocas antologías escapan, propicia también desequilibrios, irregularidades y curvas de interés más o menos acentuadas. Lo que, para entendernos, proviene de la convivencia, forzosa, entre buenos y malos relatos. Y tampoco La ciudad vestida de negro es, en este sentido, una excepción.


EXCELENCIA LITERARIA
El libro atesora un puñado de magníficos trabajos, buen número de interesantes cuentos y otros tantos cuya inclusión decepciona y extraña. Pero empezaré por aquellos que me han resultado mejores, incluso con diferencia. Valorando, con especial énfasis, conceptos tales como "ritmo", "concisión", "estilo" y, como es natural, "entretenimiento".
No me sorprende el óptimo esfuerzo de Fernando Cámara, firmante de La bici amarilla. Se nota su formación y experiencia como guionista, pues el relato está estructurado en secuencias, cada una de las cuales concluye con un oportuno golpe de efecto. Técnicamente intachable, escrito de forma directa, sobria, escuetamente descriptiva, capta bien el interés mediante un ritmo ascendente e invita a visualizarlo en imágenes. Una historia de paranoia urbana, paulatinamente oscura, que conforme avanza juega la baza de la incertidumbre.
Sí me ha sorprendido, para bien, la labor de Anita Haas, autora de quien apenas había leído algunos artículos de temática cinematográfica; por esta razón, Angie hace una amiga de verdad me ha parecido extraordinario, pues con maneras sencillas, nada alambicadas y de progresión impecable, transmite un ingenioso torbellino de vértigo y angustia desde una situación normalísima. Y además manejando el tan querido tema del doble o la presencia "espectral" con intrigantes dosis de ambigüedad (¿locura, realidad?), a partir de algo tan perturbador como el uso de las redes sociales como puerta hacia realidades alternativas. Una filigrana.
Notable, así mismo, se me antoja El reto de matar, de David Jasso, articulado en torno a varios giros dramáticos o requiebros argumentales planteados con suma destreza, mediante un estilo directo y eficaz. Cuenta, además, con un pequeño e inesperado crossover con el relato de Fernando Cámara (ese ciclista que pedalea sobre la bici amarilla, y cuya rodilla sangra). Oferta así Jasso tres posibles crímenes en la noche urbanita, entrelazados por el más puro azar.


Apasionantes, también, se revelan los trabajos de Santiago Eximeno y Rubén Sánchez Trigos, respectivamente En tus brazos y La lluvia. El primero juega con la dilatación del suspense y la confirmación de unos hechos que el lector comienza, con pavor, a intuir. Escrito con habilidad, desazona tanto por la angustiosa situación que se va perfilando como por ese demoledor desenlace que implica pasividad ante un suceso monstruoso. La lluvia, por su parte, sugiere un horror difuso que mucho tiene de lovecraftiano y cuya atmósfera parece evocar ciertos logros del cineasta John Carpenter. Excelente cadencia y logrado crescendo, con un final no por esperado menos escalofriante y donde la lluvia emerge como elemento singular, un poco en la línea de la novelette de Stephen King La niebla, dentro de esa variante genérica en la cual los fenómenos naturales significan portales a un espanto indefinido pero apocalíptico.
Por fin, y dentro de este bloque de relatos sobresalientes, consigno el firmado por Carlos Aguilar, cuyo estupendo título, Nunca es tarde si la bala es buena, anticipa, con humor, los contenidos. Francamente divertido, y a la vez enfermizo, por su finura a la hora de mezclar obsesión cinéfila, de exquisito gusto, con paradigmas de la intriga criminal (el killer y sus rituales, la venganza...), denota conocimiento bien asimilado de la materia. Y todo apoyado en un ritmo fluido y un agudo sentido del humor negro muy bien integrado en la cotidianidad. Una obra insólita, ciertamente atípica, gracias al sentido de la ironía que despliega Aguilar.


BUENOS E INTERESANTES
Sostenía la gran autora estadounidense Flannery O'Connor que «Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes [...] En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas» (3).
Por eso, y a partir de este punto, detecto en el resto de trabajos una tendencia hacia lo discursivo mediante reflexiones diversas de los autores, por lo común sobre la actualidad, imagino que con la pretensión de enmarcar la acción en unos parámetros concretos y reconocibles, cuya obviedad, sin embargo, resta efectividad al conjunto perdiendo en concreción. Así, los escritos se elevan según las acciones ganan terreno a las introspecciones; la propia acción, como afirma O'Connor se basta para definir los personajes y sus circunstancias interiores, con la dosis justa de elementos psicologistas.
Mire, Señoría, de Manuel Nonídez, comienza como la columna de opinión del suplemento dominical de un diario, la firma invitada que reflexiona sobre temas candentes. Hasta conformarse en la confesión de un padre que busca venganza. Alcanza entonces el texto gradual intensidad y el preámbulo "periodístico" cobra pleno sentido dramático.
Interesante relato de terror casi metafísico es el que oferta el citado Gutiérrez Gómez, En la otra dirección, cuyo inicio parece recrear a Cortázar (a quien se cita de manera expresa), sobre todo en la sucesión de descripciones; su concatenación logra la fórmula en la que surge, de improviso, la presencia del mal personificada en uno de los sujetos que viaja en el tren. Posee el relato un final conseguido e inquietante, cuya imagen última, casi una recreación de esos planos impactantes del moderno cine de horror oriental, permanece en la mente del lector.
Universos paralelos, por su parte, se erige en un eficaz y atmosférico laberinto que juega con el estándar del extranjero en tierra extraña, perdido en la noche. Goza el texto de un sutil sentido del humor proveniente de la perpleja desesperación del protagonista, mientras David Roas, autor especializado en literatura fantástica, introduce guiños cinéfilos mediante la oportuna referencia a Rod Serling (maestro de los universos paralelos y/o alternativos) y la frase que el gran Lon Chaney hizo célebre hace casi un siglo, "There's nothing funny about a clown in the moonlight" (evocada igualmente por el novelista Robert Bloch en el título de uno de sus ensayos, The Clown at Midnight).
Alejandro M. Gallo recurre a un tono poético, por lo general acertado (salvo algún cliché: "Las caricias de las olas en mis pies antes de suicidarse en las arenas"), para afrontar su meritorio Verso atragantado. Es complicado mantener de continuo un énfasis lírico/onírico sin signos de desgaste y sin extenuar al lector, pero tampoco es desdeñable el esfuerzo cuyo fruto ha generado este particularísimo acercamiento a la literatura negra.
Cuatro cuentos que aun dentro de sus imperfecciones, alcanzan interés y agradan.


AUTORES DE PESO
Los diez textos restantes, en su calidad más discutible, mueven a la perplejidad y el desconcierto, pues entre ellos se hallan los firmados por los más veteranos, incluso consagrados, autores, Juan Madrid, Andreu Martín, Juan José Plans, Carlos Pérez Merinero, Lorenzo Silva y Alfonso Sastre, de quienes se esperaban trabajos de una altura acorde a su prestigio. Sin embargo, no ha sido así, destacando por encima del resto Cuidado con equivocarte, de Madrid, relato ortodoxo con las constantes de la novela negra: detectives privados, la noche, personajes acabados, corrupción, dinero sucio, asesinato, traición... Sordidez, en suma, servida con acento seco y conciso para esta miniatura que condensa con gracia las claves genéricas de la narrativa policial.
Andreu Martín factura Cuando yo no estaba, un trabajo menor que destina páginas a describir el oficio de escritor, argucia que funciona para alcanzar la extensión requerida. Con modos epistolares, se trata de un liviano entremés para ir entrando en materia con ligera ironía y suave humor, mas no cala en el ánimo del aficionado. Como tampoco Sonsoles está triste, incómoda (por indigesta) crónica de una frustración sexual en clave paródico-grotesca, que imagino ambientada en la década de los 70, a juzgar por las múltiples referencias literario-cinematográficas que vierte su autor, Juan José Plans. Por cierto, dudo mucho que Susana Estrada, precisamente, y tal como en jocunda referencia se menciona en el texto, llegase a ruborizarse viendo las cintas pornográficas de la protagonista.
Intranquilo me he sentido leyendo la fábula firmada por Lorenzo Silva, Irina y el flautista, no por sus logros, sino merced a su acabado ostentoso, innecesariamente hermético. Más bien parece un trabajo de juventud, con toda la carga de pretenciosidad que los más noveles autores despliegan para impresionar. Por lo general de escaso interés salvo para ellos mismos.
Inaudito, en cualquier caso, aunque en diferente medida, es el texto (no me atrevo a llamarlo "relato") que cierra el libro, debido a la pluma del gran Alfonso Sastre. ¡Qué sabemos! amigos míos... ¡Qué sabemos! se titula y pasaría por la transcripción de una clase de literatura destinada a alumnos concienciados. Pero que en el corpus del libro no termina de hallar su espacio e invita, urgente, a la huida.
No obstante, el caso más triste sin duda corresponde a las letras de Carlos Pérez Merinero, admirado autor que falleció durante la confección de este volumen. Estamos, por lo tanto, frente a su creación póstuma, Lo que suele ocurrir por atracar bancos sin hacer cursos previos de filosofía. Lo mejor que puedo decir, y con pesar, es que se trata de un chiste sin gracia, un fárrago con aspiraciones de absurdo que se lee por puro completismo. Lejos queda ya el inspirado y querido autor de espléndidas novelas como El ángel triste o Días de guardar.


En cuanto a Así empiezan las peleas (David G. Panadero), El día menos pensado (Pedro de Paz), Recursos humanos (Francis P. Fernández) y Compro oro (Javier Quevedo Puchal), con sus aciertos parciales, algunos brillantes, tampoco se sitúan entre lo más granado de esta antología, aun sin ser en absoluto desdeñables, pues atesoran diversas virtudes que conviene destacar. Así, Panadero describe una situación (una pelea que se prolonga noche tras noche) en apariencia de carácter simbólico, cuyo más extenso desarrollo hubiera beneficiado al relato (y aquí coincido con la opinión expresada desde su blog por Santiago Eximeno). Pedro de Paz demuestra soltura y seguridad en la narración, mas lo exiguo, incluso tópico de la anécdota (final "sorprendente" incluido) pesa demasiado para equilibrar la balanza. Francis P. Fernández desarrolla una curiosa historia en torno a las neurosis sociales, laborales, económicas que atenazan al ciudadano. Pero su ficción pierde fuerza cuanto más se aleja de la acción y se sumerge en las elucubraciones de los personajes, que por su obviedad crean una distancia en la implicación del lector. Finalmente, Javier Quevedo Puchal interesa cuando se desatan los elementos sobrenaturales; el resto son circunloquios acerca de la vida, el amor, el desamor, la crisis... La parte fantástica brota con fuerza, pero se desgaja en exceso del meollo de la historia (la mujer que abandona endeudado a su marido) y por lo tanto se resiente su coherencia interna.
Demuestra, desde luego, este libro, la dificultad que entraña la escritura de un cuento. No es labor baladí. Ni tampoco cuestión de minusvalorar el oficio de escritor, como frívolamente, y por pura provocación, se aventura a sentenciar Gonzalo Suárez: «Lo que yo prefiero de los relatos, como género, es su brevedad. La vida es demasiado corta para escribir novelas largas. Me produce tristeza pensar en esos escritores que no tienen nada mejor que hacer. Esa fue una de las razones por las que me pasé al cine» (4).
El balance final de este volumen no es negativo. Pues el libro, como obra homogénea, como muestra global y azarosa de diferentes orígenes y dispares plumas, posee interés indudable. Las distintas calidades conforman una montaña rusa de fantasías insólitas, de historias cuando menos apetecibles, aun desiguales, cuyo marco, la gran ciudad, los bloques de edificios, las aceras húmedas, las farolas en ocasiones ciegas y cómplices de la noche, la lluvia sin alma, el asfalto pétreo e insensible, acogen ese puñado de personajes perdidos, al borde mismo del precipicio. Estas virtudes, inquietantes y familiares para quienes a diario aspiramos  smog, crispación y tensión urbana, impregnan con entusiasmo las veinte propuestas de La ciudad vestida de negro.

Notas
1.- Aunque entiendo lo que se pretende con el look de la portada, como escritor, también en mi calidad de diseñador gráfico y editor, yo hubiera consignado en la cubierta el nombre del coordinador y en la contraportada mencionado al resto de autores, por ejemplo en orden alfabético. Así se evitaría cierta incómoda sensación de agravio comparativo entre unos y otros, desperdigados como están entre portada y contraportada.
2.- Esteban Gutiérrez Gómez: Manifiesto por el cuento (Carta abierta a todas las publicaciones periódicas), en Al otro lado del espejo. Narrando a contracorriente (Ediciones Escalera, Madrid, 2011).
3.- Flannery O'Connor: de su ensayo El arte de escribir cuentos, incluido en Misterio y maneras. Prosa ocasional (Ediciones Encuentro, Madrid, 2007), pág. 101.
4.- Gonzalo Suárez: Relatos (Caja de Ahorros de Asturias, Oviedo, 1989), pág. 8.

4 comentarios:

  1. Mil gracias por la parte que me toca, Javier, además del nivel de detalle en cada caso. Y enhorabuena por el magnífico trabajo gráfico de la entrada: le das la misma dignidad a un blog que a un lujoso libro. Abrazo.

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    1. Gracias a ti, Fernando, desde luego, por tu grata opinión. En el conjunto del libro me ha impresionado tu relato por la limpieza de la narración y el suspense tan efectivo que extraes de una estructura muy cinematográfica. La teoría de Flannery O’Connor acerca de la acción y los personajes la veo nítida en tu texto y eso potencia la eficacia de la historia. Virtudes que, de alguna manera, ya intuía en tu estupenda “Memorias del ángel caído”, dicho sea de paso.
      Y en cuanto a la parte gráfica del blog… admito, sí, que es deformación profesional derivada de mi actividad como editor y maquetador. En cualquier caso, Fernando, gracias por valorarlo y por dejar aquí tu comentario. Un abrazo.

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  2. Rubén Sánchez Trigos30 de enero de 2013, 15:05

    Gracias, Javier, por una reseña tan limpia, en todos los sentidos. Un honor que te "desnude" el director de la para mí mitica Quatermass. Has clavado mis referentes. Abrazo.

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    1. He disfrutado mucho, Rubén, con tu relato: transmites muy bien la pegajosidad de esa lluvia que parece venir de épocas prehumanas y la indefensión de sus víctimas, tanto los “poseídos” como los masacrados. En conjunto hay una lograda sensación de inexorabilidad implacable. Además, encauzar la acción a través de un personaje impedido y aislado (como en “La ventana indiscreta”) facilita la empatía con la protagonista. Sin mencionar el maravilloso desenlace: a la vez espeluznante y conmovedor...
      Por supuesto te gradezco, Rubén, la referencia a “Quatermass”, que es la niña de mis ojos.
      Un abrazo!

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