A RITMO DE JAZZ, CHARLANDO CON CARLOS AGUILAR
La génesis de Un hombre, cinco balas abarca más de un lustro de esta última, prolífica y ejemplar etapa en la carrera de Carlos Aguilar, jalonada por sus magníficos Sergio Leone (2009), Clint Eastwood (2009), Jesús Franco (2011), Mario Bava (2013), su apabullante Guía del Cine, auténtico clásico de la bibliografía cinematográfica española... Y a pesar de una brillante trayectoria de varias décadas, sin el menor signo de cansancio e incluso dando muestras de una originalidad y energía crecientes, el autor madrileño es capaz de presentarnos trabajos tan estimulantes como Cine y Jazz (Ediciones Cátedra, 2013) —ya comentado en una anterior entrada de este blog— y Un hombre, cinco balas (Calamar Ediciones, 2013), su quinta novela tras La interferencia (1990), Simbiosis (1994), Coproducción (1999) y Nueve colores sangra la luna (2005), y con las que su nueva obra guarda más de un punto en común, como veremos.
Tan incesante actividad, además abarcando las más variadas disciplinas, desde el ensayo hasta la narrativa, pasando por el estudio historiográfico y, últimamente, también el relato, me ha motivado a charlar con Carlos sobre diversos aspectos de sus recientes trabajos, en algunos de los cuales he tenido el inmenso placer de colaborar, como es el caso de Un hombre, cinco balas, de cuyo diseño y maquetación me he encargado, además de firmar el prólogo. De éste reproduzco un fragmento en el que expreso algunas de mis consideraciones acerca de esta disfrutable novela: "Elementos de thriller, diálogos precisos y afilados, amores extremos o enfermizos, personajes femeninos apasionantes, explosiones de violencia a cargo de villanos depravados, así como de héroes menos intachables de lo que su imagen pública sugiere; desesperación y muerte, inocencia mancillada, memoria y nostalgia aliadas para provocar dolor... Constantes en la obra de Aguilar, aquí envueltas en un lirismo seco y lacónico, en ocasiones sombrío, siempre lacerante, tenso, más propio de la novela negra que del convencional western de frontera del cual la narración a menudo se aparta en el tono. Pero no sin apropiarse de una serie de elementos reconocibles, que en manos del autor se impregnan de un asfixiante clima opresivo, que no desprecia abrazar un inquietante onirismo en determinados pasajes".
Ahora bien, nadie mejor que el propio Carlos Aguilar para trasladarnos sus impresiones acerca de tan vibrantes trabajos. Es, pues, el turno del autor.
Tan incesante actividad, además abarcando las más variadas disciplinas, desde el ensayo hasta la narrativa, pasando por el estudio historiográfico y, últimamente, también el relato, me ha motivado a charlar con Carlos sobre diversos aspectos de sus recientes trabajos, en algunos de los cuales he tenido el inmenso placer de colaborar, como es el caso de Un hombre, cinco balas, de cuyo diseño y maquetación me he encargado, además de firmar el prólogo. De éste reproduzco un fragmento en el que expreso algunas de mis consideraciones acerca de esta disfrutable novela: "Elementos de thriller, diálogos precisos y afilados, amores extremos o enfermizos, personajes femeninos apasionantes, explosiones de violencia a cargo de villanos depravados, así como de héroes menos intachables de lo que su imagen pública sugiere; desesperación y muerte, inocencia mancillada, memoria y nostalgia aliadas para provocar dolor... Constantes en la obra de Aguilar, aquí envueltas en un lirismo seco y lacónico, en ocasiones sombrío, siempre lacerante, tenso, más propio de la novela negra que del convencional western de frontera del cual la narración a menudo se aparta en el tono. Pero no sin apropiarse de una serie de elementos reconocibles, que en manos del autor se impregnan de un asfixiante clima opresivo, que no desprecia abrazar un inquietante onirismo en determinados pasajes".
Ahora bien, nadie mejor que el propio Carlos Aguilar para trasladarnos sus impresiones acerca de tan vibrantes trabajos. Es, pues, el turno del autor.
—Este año has firmado tres ambiciosos trabajos: un ensayo sobre un cineasta de culto (Mario Bava), una obra enciclopédica que además del cine abarca disciplinas musicales (Cine y Jazz) y una novela ambientada en el lejano Oeste (Un hombre, cinco balas). Por el hecho de venir firmados por el mismo autor, y a pesar de su diversidad temática, ¿piensas que puede llegar al mismo tipo de lector, o buscan abrirse a otros perfiles?
—Lo ideal para mí sería que llegaran al mismo público, por motivos comerciales pero también estéticos. Es decir, sería maravilloso que existieran personas que conecten con estos tres gustos por igual. Si los aglutino yo, me gusta pensar que no soy único, que hay más gente que disfruta indistintamente del maravilloso cine de género de los años 60/70, que simboliza por ejemplo Bava, del Jazz y del Western. Pero también sé que habrá gente que de estos tres gustos, compartan sólo dos. Y la habrá también que sólo uno. En cualquier caso, no me parecen incompatibles. Sin ir más lejos, varias películas de Bava incluyen Jazz, y entre el protagonista prototípico de un western y el jazzman emblemático existen rasgos en común, tal como intento explicar en el prólogo de Cine y Jazz. Aunque el ejemplo con mayúsculas estriba en Clint Eastwood, dado que es Jazz y Western al cincuenta por ciento, amén de que algunos de sus thrillers tienen elementos del Giallo que creó Bava. O sea que a un admirador del cine de Eastwood bien pueden interesarle estos tres nuevos libros míos... y no sólo el que escribí sobre el propio Eastwood. ¿Y quién no admira el cine de Eastwood?
—La confección de Cine y Jazz, por lo ambicioso de su enfoque y contenidos, se antoja agotadora. Reunir toda esta información, clasificarla, ordenarla, dar forma a cada entrada, debió suponerte un esfuerzo considerable. Está claro que es un trabajo que ha requerido tiempo...
—He trabajado tantos años en este libro que ya he perdido la cuenta. En serio. Es el único de mis libros cuya confección ha requerido tanto tiempo. Viendo películas, escuchando discos, leyendo libros y revistas, recogiendo información de aquí y allá, moviendo amistades del extranjero... Añade lo que supone después sistematizar y coordinarlo todo, en aras de una disposición variada, justa y operativa. A continuación, redactar, revisar, corregir, pulir... Un trabajo ímprobo y agotador. Tan desbordante en algunos momentos que quizá hubiese tirado la toalla si no fuera por los inapreciables ánimos que me dio mi mujer, la escritora canadiense Anita Haas.
—Por supuesto. No a la hora de investigar ni de redactar, pero sí en los estratos emocionales, psicológicos y técnicos, pues tratando con ellos he aprendido mucho de cómo son, cómo se relacionan, cómo trabajan, cómo piensan y viven... amén de peculiaridades de cada instrumento y de cómo aunarlos o alternarlos.
—En el libro señalas que descubriste el binomio cine/jazz en tu adolescencia de la mano de películas como Pánico en las calles (1950), Sed de mal (1958) o ¡Mafia, yo te saludo! (1965), aunque ya habías tenido un contacto previo con esta mixtura merced a tu abuelo, que era músico.
—En efecto, yo me aficioné al Jazz de forma consciente, al apreciar esta clase de música en la banda sonora de muchas películas que me fascinaron en la adolescencia, sin ir más lejos las tres que citas. Pero creo que algo existía de antes, inconsciente, como base genética, dado que mi abuelo por parte materna era músico, y había tocado el piano en salas durante los años del Mudo. Siendo yo un niño, le conocí, entonces él compaginaba la música con la regencia de un par de cines modestos, en la preciosa ciudad maragata de Astorga, cerca de León. Yo pasé algunos veranos con él, y me contaba los tiempos del mudo, me enseñaba los cines por dentro, las cabinas, los entresuelos y patios con las butacas vacías antes de que comenzaran las sesiones, que resultaban imponentes, yo le ayudaba a picar las entradas, con unos aparatos metálicos rarísimos que había entonces... y también le vi tocar, en algunos ensayos con coristas. Cuando menos el piano, pero creo recordar que también la trompeta. En su casa había un piano, y él me enseñó a tocarlo, en un nivel primario, por supuesto. Pero no pasé de ahí con el teclado, para su desgracia y la mía.
—En Cine y Jazz no te has limitado al cine estadounidense, presentas músicos, cineastas, películas... de todas las nacionalidades, abarcando Oriente y Occidente. Me ha sorprendido saber que incluso en Japón el jazz ha dejado una huella indeleble, así como en su cine.
—Es que los libros publicados al respecto antes del mío, que son bien pocos, se centran en el cine americano, con algo del francés e italiano. Sin más, salvo excepciones muy contadas. De ahí que para reflejar la hermosa universalidad del jazz me propusiera incluir entradas de toda clase, desde películas a cineastas pasando por músicos, en atención a los países más diversos. En cuanto a Japón, te aseguro que hoy por hoy es el país donde más querencia existe por el Jazz. Más que en los propios Estados Unidos. Está demostrado estadísticamente, y yo lo he comprobado en persona, las veces en que he estado allí, alojado por mi hermano Daniel.
—Tengo entendido que tuviste un proyecto relacionado con el Jazz y Jesús Franco de por medio...
—Es cierto, te cuento. Hace diez años, cuando asistí al festival de cine español de Málaga para presentar el libro sobre Aldo Sambrell que escribió José Manuel Serrano Cueto, con ellos dos, un joven gallego me abordó para explicarme su proyecto. Su ilusión era hacer un corto protagonizado por Jesús Franco y Carlos Aguilar, interpretando sendos músicos de jazz con un vínculo particular. Jesús sería un pianista viejo y yo un trompetista joven, con inspiración abierta en Tigrero (1994) de Mika Kaurismaki. Es decir, Jesús en plan Sam Fuller y yo en plan Jim Jarmusch. Yo acepté sin pensarlo dos veces, me pareció una idea muy simpática, y puse en contacto a ese chico con Jesús, para que se lo propusiera también a él. Pero no sé si llegaron a hablarlo, en cualquier caso, ahí quedó la cosa. Lástima, me pareció una idea muy bonita, me apetecía. Tampoco recuerdo el nombre del director, ya había hecho algunos cortos, me dijo.
—Hay filmes discretos, y recuerdo por ejemplo uno de los que citas en el libro, Pánico infinito (1962), que ganan muchos enteros gracias a la banda sonora jazzística, pues añade al film un plus de tensión que la propia realización no alcanza a transmitir del todo por sí misma...
—En efecto. Una buena banda sonora puede disimular los defectos de una película por su especial manera de enriquecer y realzar las imágenes, incluso de contribuir al ritmo.
—Reconozco que no soy especialmente aficionado al Jazz; pero, mientras leía tu libro, para ambientarme iba escuchando los temas musicales que mencionabas en las diversas entradas. Compaginar lectura y música, interactuar con el libro, ha sido para mí una experiencia increíble y enriquecedora. ¿Lo recomiendas a cualquiera que tenga ocasión de hacerse con tu libro?
—Pues no sé qué decirte, leer es algo tan personal que hacer recomendaciones me parece casi impertinente... Pero proceder así podría ser tan positivo para más gente como lo ha sido para ti, desde luego. En mi caso, escuchaba jazz, relacionado o no con el cine, al corregir las pruebas del libro, pero nunca lo hice al escribir. Para escribir, sea lo que sea, necesito silencio, de lo contrario me distraigo.
—Ahora que la crisis golpea sin piedad, ¿has notado que el fenómeno de las redes sociales (Facebook, por ejemplo) esté suponiendo un apoyo significativo para la promoción de los libros en general, y los tuyos en particular?
—Por supuesto, y me alegro mucho. Ya que Facebook está ahí y es gratis, ¿por qué no utilizarlo de forma razonable? Gracias a esta red social he conocido muchos admiradores de mis libros, españoles y extranjeros, y he creado otros, asimismo de distintos países. Esto es de lo más positivo, como todo lo que contribuya a la difusión de las obras, a que el público potencial de éstas se entere de que existen. Esto es importantísimo, porque se hacen tantas cosas que muchas pasan desapercibidas, a menudo injustamente.
—Centrándonos ahora en tu novela, la génesis de Un hombre, cinco balas me consta que ha sido agridulce. En principio se concibió como guión cinematográfico para un actor muy querido, fallecido durante la preparación del libro John Phillip Law. Diabolik Angel (2008) que Anita y tú escribíais en estrecha colaboración con el propio Law...
—En efecto. La idea era recuperar a mi gran amigo John Phillip Law para el Western, un género que apenas abordó, paradójicamente si se piensa en los actores americanos de su generación. Del mismo modo, se trataba de recuperar intérpretes y técnicos que brillaron en aquel género. De entrada, al músico Alessandro Alessandroni, el genial silbador y cantante al que recurría por sistema Ennio Morricone en los años 60. Alessandroni es muy amigo mío, y pese a su avanzada edad está de maravilla, habría aceptado con mucho gusto, y silba y toca múltiples instrumentos tan bien como en su juventud.
—Está claro que existen prejuicios contra determinadas temáticas narrativas. Lanzarse hoy en día a sacar al mercado una novela del Oeste, firmada además por un español, a más de uno le habrá parecido una aventura dudosa o insensata. Bajo mi punto de vista se trata de un trabajo sobresaliente, muy disfrutable; incluso, por muchos motivos, insólito. ¿Qué es lo que puede ofrecer al lector actual una novela del Oeste como Un hombre, cinco balas?
—Una recreación personal y apasionada del Western, sobre todo en su variante italiana de los años 60, que se toma el género completamente en serio. Es decir, nada de distanciamiento irónico, de perspectiva posmoderna, de cualquier revisionismo... Un hombre, cinco balas propone un western serio, incluso dramático y hasta existencial en algunos momentos, asumido hasta lo más hondo por alguien que ama el género con intensidad, que reconoce en el cine del Oeste una de las influencias y querencias principales de su formación, y que lejos de cansarse de él no para de admirarlo, de disfrutarlo. A quien le guste de verdad el Western, creo que lo amará. Quien busque otra cosa, no la encontrará.
—Me cabe el honor de haber escrito el prólogo de tu novela, pero quiero destacar la presencia del gran Eugenio Martín, quien se encarga de firmar el epílogo y es autor, a su vez, de uno de los mejores westerns no ya rodados en Almería, sino incluso en Europa. Un punto de vista el suyo, por lo tanto, más que oportuno.
—Vaya que sí. Eugenio y yo somos muy amigos desde hace unos quince años, que no son pocos, y al menos una vez al mes cenamos juntos los dos matrimonios. Nuestra amistad se nutre no sólo de la querencia sino también de la admiración mutua. Y quién mejor que tú puede conocer el libro Eugenio Martín, un autor para todos los géneros (2008) que escribí con Anita, puesto que lo diseñaste y maquetaste de maravilla. Añadamos que su western El precio de un hombre (1966) es uno de los mejores europeos, y diría yo que el mejor realizado por un director español, empatado con Antes llega la muerte (1964) de Joaquín Romero Marchent, el cual evoqué en mi previa novela coeditada por la Diputación de Almería, Coproducción. Si se agrega que uno de los cinco malos de Un hombre, cinco balas, Dersertor, rinde homenaje a este personaje de El precio de un hombre, encarnado por Hugo Blanco, ya está más claro que el agua que Eugenio Martín tenía que estar representado en persona dentro de mi novela. Me encantó además poner dos fotos suyas, una junto a la cámara en plena juventud, y otra, hecha hace un par de años, en un set western de Almería, conmigo y con Dan Van Husen, pues este actor alemán trabajó con Eugenio un par de veces, inspiró otro de mis malos y tambié es muy amigo mío. Y hablando de Dan, su enfrentamiento final con John remite a la película imaginaria, Las noches del hombre lobo, que ellos protagonizan en Madrid dentro de mi novela Nueve colores sangra la luna, como recordarán quienes han leído ésta. Me encantan estos cruces de líneas.
—Me parece genial la idea de identificar los personajes de tu novela con la fisonomía de una diversidad de actores y actrices muy presentes en el western europeo, amén de las evocadoras localizaciones...
—Muchas gracias. No se había hecho nunca, en ningún país del mundo, ilustrar una novela con este planteamiento de insertar los intérpretes que inspiraron los personajes. Creo que de este modo se magnifica el carácter de homenaje y de respeto que entraña mi novela en su sentido último, amén de aportarle una gracia particular de por sí. Estoy muy satisfecho de esta idea, que estimo perfectamente interpretada en las imágenes, preciosas y, como bien dices, evocadoras.
—Tu previa novela Coproducción tiene más de un punto en común con Un hombre, cinco balas. Recordemos que el protagonista de aquella quiere resucitar el eurowestern rodando uno en Almería, mientras que esta novela puede verse como la película que dicho personaje hubiera rodado. Es hermoso pensarlo así, ¿no crees?, porque de alguna manera se cierra el círculo, se fusionan en uno el cineasta de ficción y el autor de ambos libros, quien a su vez hace posible el sueño de aquel personaje...
—Totalmente de acuerdo. De hecho, ya más de una persona me ha comentado que merced a esta novela el real Carlos Aguilar se convierte en una especie de materialización del ficticio Daniel Terán de Coproducción. Tengo mucho aprecio por esta novela, que ha ido conquistando cierta aureola de culto. Además, está escrita durante un período especialmente crítico de mi vida, entre la desesperanza y la esperanza.
—En Un hombre, cinco balas identifico constantes de tu estilo: los amores enfermizos, los estallidos de violencia, los diálogos lacónicos pero expresivos, una atmósfera tensa y sombría, el ritmo in crescendo... ¿Has conseguido hacer tuya esta historia del Oeste, tema en principio tan ajeno a nuestra mentalidad, o te has dejado llevar por la personalidad tan marcada del Far West?
—Bueno, como comentaba antes he procurado personalizar un género que amo, reunir lo particular con lo general. Pero lo que ignoro es hasta qué punto he pretendido personalizar y hasta qué punto homenajear, pues esta sutil línea de diferenciación forma parte de un proceso creativo personal antes inconsciente que consciente. Lo que sí he buscado, de forma absolutamente directa y lúcida, es que resulte entretenida. Porque el aburrimiento lo mata todo: en el cine, en la literatura, en la música... no digamos ya en las relaciones personales. El aburrimiento es lo peor. Por eso jamás admitiré esa valoración tan extendida, sin ir más lejos respecto a ciertas novelas y películas, de "es buena pero aburrida". Discrepo, si algo es aburrido no es bueno.
—No puedo estar más de acuerdo, desde luego. Con esta novela das continuidad a tu colaboración con el Festival Internacional de Cortometrajes Almería en Corto. Certamen para el que ya habías firmado y traducido varios libros, dentro de su magnífica, e interrumpida, colección dedicada a personalidades del cine relacionadas con el western almeriense.
—Esa colección supone uno de los recuerdos mejores, y más entrañables, de mi obra, gracias a ella pudieron publicarse libros sobre gente como James Coburn, Giuliano Gemma, Gil Parrondo, Lee Van Cleef, Joaquín Romero Marchent... si bien destacaría el que escribió Anita sobre Eli Wallach. Obviamente, no pretendo desglosar aquí y ahora los méritos literarios de mi mujer, no sería elegante, pero sí resalto que conseguimos que el mismísimo y prácticamente inaccesible Clint Eastwood escribiera el prólogo, pues antes él sólo había prologado un libro, la autobiografía de Don Siegel. Bien puede enorgullecerse "Almería en Corto" de esto, así como de que consiguiéramos que el propio Wallach, con más de 90 años de edad, viniera encantado a presentar el libro, así como la viuda de Leone, celebrando el cuadragésimo aniversario de El bueno, el feo y el malo de tan gloriosa manera: un libro sobre el coprotagonista, presentado por él mismo y por la viuda del director, con prólogo del protagonista. ¡Fue increíble!
—De igual modo, Calamar Ediciones, justamente conocida por sus libros de cine, dos de los cuales son tuyos, los estupendos Yakuza Cinema (2005) y La espada mágica (2006), se abre a la narrativa coeditando con Almería tu novela... ¿Fue complicado que desde el sector editorial se valorase adecuadamente un proyecto tan a priori arriesgado como el que proponías con Un hombre, cinco balas, es decir, "una novela del Oeste"?
—Por fortuna, no. La cualidad tan insólita de la propuesta jugó a favor, y tanto el festival como la editorial firmaron el acuerdo encantados con abrirse a la narrativa publicando un libro, cuanto menos, diferente de cualquier anterior, además a nivel mundial.
—Si esta novela se llevase al cine, algo que en principio, y pensando en sus orígenes como guión, no parece descabellado, ¿crees que sería posible reunir buena parte de estos nombres legendarios cuyos personajes recreas en el libro, al menos para papeles de colaboración?
—Por desgracia, muchos han ido falleciendo en estos dos o tres últimos años, mientras urdía el libro, además del propio John: Ernest Borgnine, Aldo Sambrell, Luke Askew, Robert Hundar, Patty Shepard... Pero bastantes otros viven todavía, aun en avanzada edad. Sería maravilloso contar con ellos, por supuesto, y me gusta pensar que les encantaría agregarse en un proyecto que reconoce cuán importantes y particulares han sido en la historia del cine.
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