viernes, 15 de noviembre de 2013

NUNCA ME ABANDONES (Never Let Me Go, 2010)


LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL CLON

Creo que lo último que pretendía Mark Romanek, director de la película, era rodar una historia de ciencia-ficción. Por mucho que la premisa se apoye en elementos fantacientíficos para exponer su dramaturgia y por mucho que detectemos los mecanismos de la distopía, palabra que define a la perfección el telón de fondo usado por los responsables del film para otorgar espesor a su relato: una antiutopía, es decir, la figuración de una sociedad, por lo general ubicada en un futuro cercano, en la que el individuo es controlado por un estado bajo cuyo paternalismo se ocultan la manipulación e incluso el exterminio, en un marco de soterrado totalitarismo. De igual modo, Nunca me abandones (Never Let Me Go, 2010) abraza otro término caro al cine y la literatura fantásticos, la ucronía, que define una realidad alternativa surgida a partir de un punto conocido para llegar a un desarrollo diferente de los acontecimientos históricos. Para comprender ambos conceptos, distopía y ucronía, valgan un par de ejemplos: de lo primero, las alucinantes sociedades descritas en las novelas Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury, y Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley; de lo segundo, la antología de relatos Hitler victorioso (1986), coordinada por Gregory Benford y Martin Greenberg, y El hombre en el castillo (1962), de Philip K. Dick, donde se plasma un supuesto triunfo del nazismo en la II Guerra Mundial.


Pues bien, Romanek se desentiende de tales elementos para centrarse en lo que le interesa: las relaciones interpersonales en un entorno que magnifica los lazos entre un grupo de seres humanos muy peculiares. Pero ese desinterés del cineasta es relativo, pues necesita la base fantástica para crear el marco preciso en el que mostrar su disección de los sentimientos: una Inglaterra, que parece anclada en los años 60 o 70, en la que la clonación de seres humanos está permitida, sólo para uso terapéutico: es decir, se clonan y crían personas en apartados colegios de élite para extraerles los órganos una vez alcancen la juventud. Procurando así salud a los enfermos y una muerte cierta a los donantes. Todo ello con el beneplácito de una sociedad indiferente al sufrimiento vital de estos seres destinados a desaparecer en la flor de la vida. La crueldad de esta situación posee varios frentes, ya que los muchachos son educados exquisitamente como si les formasen para un futuro brillante, y sus profesores, insensibles al destino que aguarda a los pupilos, desempeñan su labor con absoluta frialdad, mientras los clones se enfrentan a los eternos dilemas de la infancia, la adolescencia y la primera juventud. Cercenada, por ende, cualquier esperanza de una vida normal y longeva; y, naturalmente, del disfrute del amor.


Kazuo Ishiguro, autor japonés nacionalizado estadounidense, es el firmante del libro homónimo en el que se basa el film. El escritor de quien se recordará la exitosa adaptación al cine de su previa novela, Lo que queda del día (The Remains of the Day, 1993), de James Ivory explica así el enfoque de su obra, extrapolable a la película: «¿Qué hacen los seres humanos? ¿Qué es lo más importante para ellos cuando se dan cuenta de que el tiempo se les acaba? ¿Está acaso predeterminado en la naturaleza humana buscar venganza en antiguos enemigos o atesorar más posesiones? En cierta forma creo que esta historia retrata de manera positiva la naturaleza humana. Tratando de decir, de la forma más convincente, que lo importante para la gente cuando se siente atrapada y ya no le queda tiempo son cosas como la amistad y el amor. Si alguien siente que le hizo mal a alguien cercano, va a querer arreglarlo antes de que sea demasiado tarde. Si dos personas se han amado durante toda su vida, van a querer estar juntas, aunque sea por un corto periodo de tiempo. Estas son las cosas que se vuelven prioridades para los seres humanos». En efecto, los tres jóvenes protagonistas, Kathy, Tommy y Ruth, conscientes del destino fatal que les aguarda, languidecen atrapados por unos sentimientos que no pueden culminar: de este modo, y a lo largo de sus cortas vidas experimentan la amistad, la traición, el despecho, el cariño, el amor... de forma harto delicada, tenuemente especial, sin perder la fe en un milagro que aplace un poco más su sentencia de muerte.


Romanek, consciente de la particular dureza de estos acontecimientos, ha decidido plasmarlos con la mayor suavidad posible: «Intenté mezclar esta historia muy inglesa con esta cualidad de simpleza que tiene la escritura de Kazuo. Es una simpleza muy engañosa. Hay una belleza en cómo escribe, ya que la verdad en la película puede ser muy inquietante, pero él lo expone de una manera tan delicada, que sentí que sería muy duro o muy abrupto si el filme hubiese sido demasiado realista, y yo quería que fuera realmente hermoso. Todos trabajamos juntos para tratar de hacer una película romántica y estéticamente placentera que en el fondo nos cuenta una verdad muy perturbadora de nuestra realidad». Sin embargo, el camino elegido por el director se antoja quizá el menos apropiado: buscando una equidistancia que evite recrudecer la plasmación del dolor ajeno, preservando así la inocencia de sus personajes, Nunca me abandones se envuelve en un halo de frialdad que funciona como barrera infranqueable para el espectador, deseoso de compartir las pasiones que palpitan en los tiernos corazones de tan desgraciados seres. Se produce así un alejamiento del drama, una dificultad añadida para compenetrarse con la historia y sus lacerantes cuestiones éticas, y eso perjudica a una película por lo demás impecable en sus aspectos técnicos y estéticos. Pero todo parece quedarse ahí: en la bella plasticidad de unas estampas gélidas, mortecinas, incluso apáticas, que impiden la implicación emocional del público, opción que aun así Romanek defiende: «Lo cierto es que la idea no era que mi estilo pareciera "frío". Más bien he intentado crear un equivalente visual y tonal a la sutileza y elegancia del estilo de Kazuo. Hacerlo de otra forma habría supuesto una cierta traición al espíritu del texto [...]. Así que eso me llevó a inspirarme en el cine japonés y las ideas japonesas de estética y arte».


Pero el estilo contemplativo de los grandes clásicos del cine japonés permite emerger por debajo de su aparente estatismo y solemne serenidad las pasiones que arden en el corazón humano. De esta tensión interna surge una vehemente excitación física e intelectual de la que carece Nunca me abandones, donde todo se expone con limpieza, con pulcritud, pero quedándose en la superficie, sin llegar a transmitir la turbulencia de los sentimientos sometidos a una prolongada situación límite. Esta falta de espesor, que equivocadamente Romanek cree paliar merced a una puesta en escena que confunde inerte preciosismo con hondura psicológica como si el mero hecho de captar la caída de una lágrima a través de un rostro impávido debiera trasladarnos, por sí mismo, la esencia de la tristeza, deshumaniza el relato, pero no en el sentido que el realizador pretende; no obstante, se induce la (falsa) impresión de hallarnos ante un dechado de contención dramática, entregándose los entusiastas a la ilusión de recrear en su mente lo que la pantalla no ofrece: la intensidad que tan prometedora historia necesita pero no quiere, o no puede, transmitir. Tanta elegancia, tanto distanciamiento, tanto rigor formal... se le ha ido de las manos al prestigioso cineasta que hace más de una década nos sorprendiera con la muy estimable Retratos de una obsesión (One Hour Photo, 2002), otro estudio, mucho más certero, sobre la soledad y la imposibilidad de expresar las emociones.

NUNCA ME ABANDONES (Never Let Me Go, 2010)
Reino Unido / Estados Unidos. 103 minutos
D: Mark Romanek. P: Allon Reich y Andrew MacDonald para Fox Searchlight Pictures, DNA Films y Film4. G: Alex Garland, basado en la novela de Kazuo Ishiguro. M: Rachel Portman. F: Adam Kimmel. Mo: Barney Pilling. Dis. prod.: Mark Digby.
CAST: Carey Mulligan (Kathy), Andrew Garfield (Tommy), Keira Knightley (Ruth), Charlotte Rampling (Miss Emily), Sally Hawkins (Miss Lucy), Kate Bowes Renna (Miss Geraldine), Domhnall Gleeson (Rodney), Andrea Riseborough (Chrissie), Hannah Sharp (Amanda), Christina Carrafiell (Laura), Oliver Parsons (Arthur), Isobel Meikle-Small (Joven Kathy), Charlie Rowe (Joven Tommy), Ella Purnell (Joven Ruth).